Marco Antonio Enríquez-Ominami Gumucio (Santiago, 1973) es uno de los actores políticos más persistentes y reconocibles del escenario electoral chileno de las últimas décadas. Su figura combina una trayectoria política de largo aliento con una exposición mediática constante, marcada por su papel como candidato presidencial en cinco elecciones consecutivas y por su esfuerzo por mantener un espacio progresista fuera de los bloques tradicionales.
Hijo del líder del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), Miguel Enríquez, y de la socióloga Manuela Gumucio, su biografía está estrechamente ligada a la historia reciente del país. Tras el golpe militar de 1973, partió al exilio junto a su madre y pasó su infancia en París. Allí realizó su formación escolar y universitaria inicial, en un entorno cultural diverso que lo vinculó tempranamente con las discusiones políticas de la diáspora chilena. Más tarde, la incorporación del apellido de su padre adoptivo, el economista y político socialista Carlos Ominami, reflejó una síntesis entre dos tradiciones de la izquierda nacional: la revolucionaria y la reformista.
De regreso a Chile, estudió Filosofía en la Universidad de Chile y desarrolló una carrera en el ámbito audiovisual, participando como director y productor en varios proyectos cinematográficos. Su documental Chile, los héroes están fatigados (2002) destacó por su lectura crítica del proceso de transición democrática y su cuestionamiento al papel de las élites políticas. Esa aproximación analítica, que combinó lenguaje político y relato audiovisual, anticipó el tono de su futura intervención pública.
En 2006 fue electo diputado por el Partido Socialista, representando al Distrito N°10. Durante su gestión parlamentaria integró las comisiones de Hacienda y de Régimen Político, además de presidir la Comisión Investigadora sobre Avisaje del Estado. Desde esos espacios impulsó debates sobre transparencia y uso de recursos públicos, posicionándose como una voz de renovación dentro del oficialismo de entonces. Sin embargo, las diferencias con la dirección partidaria se profundizaron y, en 2009, renunció al PS para competir como candidato presidencial independiente.
Su primera candidatura, en la elección de 2009, alcanzó el 20,14% de los votos, un resultado que lo instaló como tercera fuerza política y marcó un punto de inflexión en el mapa electoral chileno. Su discurso, centrado en la superación de la polarización entre la Concertación y la Alianza, captó a un electorado joven y crítico con las estructuras tradicionales. A partir de esa experiencia, fundó el Partido Progresista (PRO), que fue su principal plataforma política hasta su disolución en 2022.
Desde entonces, Enríquez-Ominami, ha participado en todas las contiendas presidenciales: 2013, 2017, 2021 y 2025, manteniendo una presencia constante en el debate político. Aunque sus resultados posteriores no replicaron el desempeño de 2009, sus candidaturas han contribuido a sostener una corriente progresista que opera en los márgenes de las coaliciones predominantes.
En el plano internacional, ha sido uno de los impulsores del Grupo de Puebla, instancia que reúne a líderes y académicos de centro izquierda latinoamericanos, consolidando su red de vínculos con referentes políticos de la región.
Su carrera también ha estado atravesada por controversias judiciales y mediáticas. El denominado Caso SQM, relacionado con presunto financiamiento irregular de campañas, concentró la atención pública durante varios años. Enríquez-Ominami fue finalmente absuelto, aunque el proceso judicial afectó su imagen y limitó el desarrollo de su partido.
En el actual contexto electoral, su figura adquiere relevancia por la persistencia y el simbolismo de su trayectoria. Representa una alternativa progresista que busca reformular los términos de la competencia política, apostando por una lectura crítica de los bloques tradicionales y por la idea de renovación del liderazgo en la izquierda.
Más de quince años después de su primera campaña, Marco Enríquez-Ominami, sigue presente en la escena política con un discurso que combina experiencia, autocrítica y continuidad. Su nombre continúa apareciendo en cada ciclo electoral como recordatorio de una apuesta constante: mantener un proyecto político propio en un sistema dominado por coaliciones que, a pesar del paso del tiempo, aún definen buena parte del voto chileno.
