El desierto saudí se extendía sin fin a través del parabrisas. Era de madrugada y Harold Mayne-Nicholls llevaba horas conduciendo sin descanso, aunque con una concentración infranqueable. A su lado iba Jorge Said, su colega y amigo, quien recordaría después aquella imagen como un retrato inmejorable de su personalidad: la disciplina férrea, la calma ante la fatiga y la determinación de llevar el viaje hasta el final. Incluso cuando fueron detenidos por grabar sin permiso en Medina, Harold terminó estrechando la mano del capitán de policía que los interrogaba y siendo amigos hasta hoy. Transformar la tensión en confianza y convertir los problemas en puentes se han convertido -para muchos- en sus marcas registradas.
El público lo conoció en el fútbol, cuando -entre el 2007 y el 2001- fue presidente de la ANFP y, sobre todo, como el dirigente que convenció a Marcelo Bielsa de hacerse cargo de la selección chilena. Esa apuesta cambió el destino de La Roja y alegró a todo el país con la clasificación al Mundial de Sudáfrica 2010. Desde entonces, su nombre quedó ligado a la idea de visión y audacia, pero también a las polémicas que acompañan a cualquier dirigente de peso.
Oriundo de Antofagasta y periodista de formación, Mayne-Nicholls construyó su carrera entre redacciones, camarines y oficinas internacionales. Durante casi dos décadas trabajó en la FIFA, liderando comisiones de inspección mundialista y ganándose el respeto —y también las sanciones— de un organismo siempre bajo sospecha. Tras dejar la ANFP, fundó la organización Ganamos Todos, dedicada a llevar deporte a lugares olvidados, y en 2023 dirigió los Juegos Panamericanos, donde confirmó una gestión detallista y su capacidad de armar equipos.
Pero no todo ha sido celebración. La sanción que le impuso la FIFA en 2015 por supuestas filtraciones en su rol como comisionado mundialista, lo golpeó fuerte; tiempo después el castigo sería reducido. Más reciente aún fue su apoyo a que la Segunda División del balompié nacional se jugara solamente con menores de 23 años: rápidamente se ganó duras críticas. Ese es el rasgo que incomoda a algunos: su tendencia a tomar decisiones firmes aunque no siempre populares.
Quienes lo conocen destacan su sobriedad y su carácter reservado. No es hombre de multitudes, pero sí de lealtades firmes. Su refugio ha sido siempre la familia: su esposa, la también periodista, Eugenia Fernández, y sus cinco hijos lo acompañan como ancla en una vida de giros inesperados.
Ahora, a los 63 años, sorprende con un nuevo desafío: ser candidato presidencial. Independiente de partidos, se ofrece como alternativa en un escenario político polarizado. Sus críticos lo ven como un dirigente deportivo fuera de lugar; sus cercanos, como un gestor íntegro que puede aportar donde otros han fracasado. Quizás su fortaleza no esté en la retórica ni en el carisma del discurso político, sino en la convicción de que un país también se gobierna tal como se organiza un torneo: con planificación, con disciplina y con la certeza de que los grandes logros nunca son fruto del azar. Como en aquella carretera del desierto, Harold Mayne-Nicholls sigue con las manos firmes en su volante, aferrado a la idea de siempre: llegar al destino depende, ante todo, de no dejar nunca de avanzar.
Investigación: Tomás Nuñez – Hilda Venegas